Archivo | junio, 2011

Hombres y llantas

6 Jun

Los científicos afirman que el Homo Sapiens, denominación que tenemos aquellos miembros de la especie humana que vivimos actualmente, somos producto de miles de millones de años de evolución constante, imperceptible pero incontenible que ha sucedido cada día por miles de millones de días. Dicha evolución, afirman, es un proceso natural mediante el cual hemos ido modificando tanto aspectos físicos como cualidades y habilidades para, en esencia, ser mejores que nuestros anteriores «yo».

Basta revisar simplemente los adelantos tecnológicos que hemos logrado como especie para entender que dichas afirmaciones tienen alto grado de veracidad incuestionable. ¿A caso no fuimos la especie que inventó el internet? Si no hubiera sido por esta continua evolución y la perpetua búsqueda de mejora hoy sería incapaz de escribir estas líneas en este humilde espacio literario.

Por todo lo anterior causa para mi profunda extrañeza, y debo admitir bastante interés, descubrir que ni si quiera miles de millones de años evolucionando pueden combatir ciertos comportamientos animalescos y salvajes profundamente arraigados en el ser de los hombres. Si, los hombres entendiendo por ello que hablamos del género masculino.

Permítame explicarle mejor el punto anterior. Ayer por la tarde fui testigo de un evento que, por alguna razón desconocida, parece activar los instintos salvajes de los hombres: Las llantas ponchadas (Desinfladas, pinchadas o como usted les llame).

Pareciera como si el destino desafortunado de estas llantas de automóviles provocara en los hombres un deseo incontenible de demostrar su hombría. No faltará el amable caballero que prestará su ayuda, aun si en la escena ya existen otros presurosos salvadores dispuestos a dar pronta solución al desperfecto.

Por supuesto, por experto que sea una en materia de cambiar llantas, nadie puede compararse con la sabiduría innata de un hombre para cambiar llantas. Años de evolución han hecho que en el cerebro masculino exista un área específica de «cambiar llantas» por tanto su única respuesta ante cualquier intento ajeno de consejo en la materia será «Quítate, yo se como».

Como si la actividad les produjese un placer inexplicable,  inevitablemente correrán para ser los afortunados que ponga el gato hidráulico bajo el auto, saquen la llanta de refacción y analicen con profunda concentración la situación. La parte más difícil siempre es quitar los tornillos, equivalente moderno a los torneos de caballeros medievales o a las batallas encarnizadas por las hembras se considera una absoluta vergüenza que un caballero no pueda aflojar estos tornillos que parecen ser colocados precisamente con la idea de no ser quitados jamás.

Los hombres golpearán, bufarán, gritarán, gruñirán, se despojarán de la camisa, sudarán, pelearán, discutirán…

Y la llanta, un imán para todos ellos.

Pareciera increíble, sin embargo, que tras años de cambiar llantas esta tarea siga siendo tan primitiva e improductiva; la llanta de ayer en cuestión no se movió y tuvo que ser quitada por un «profesional».

Homo sapiens, la especie animal mayor evolucionada pero, a fin de cuentas, animal.