Xmatkuil

22 Nov

Cada año, por estas épocas, se instala en Yucatán una feria cerca de un sitio llamado Xmatkuil. Desde tiempos inmemoriables (esta cosa existe desde antes de que naciera), los yucatecos acostumbran dedicar sus días finales de noviembre a realizar éxodos masivos hacia esta citada feria estatal.

Algunos observadores y estudiosos de este fenómeno de migración natural del yucateco le han denominado el «Disleyland yucateco». Similar a otros sitios geográficos que en distintas temporadas motivan una marea de yucatecos dispuestos a gastar la quincena en pendejadas y alcohol (vease también Chicxulub, Progreso o Telchac Pto.) Xmatkuil es, durante un número cada vez más creciente de semanas, la máxima atracción del sureste mexicano.

Entrevistados los yucatecos asegurarán que esta feria es similar a otras que se realizan en el país, como la feria de Veracruz, la feria de Tabasco o inserte aquí cualquier otra feria que se le ocurra.

Este raro proceso migratorio inicia normalmente un viernes inaugural. Los ejemplares menos afortunados procederán a abarrotar los paraderos del centro para «tomar su camión» los cuales no partirán hacia la feria hasta que estén saturados de sudorosos yucatecos con los bolsillos repletos del dinero quincenal que acaban de cobrar. Los ejemplares con mayor poder adquisitivo se lanzarán en mareas automovilisticas que congestionarán las únicas dos vías de acceso por periférico y reproducirán a la perfección los ríos de tráfico capitalino (lease tráfico en el D.F.) en un intento desesperado por llegar.

Luego de hacer fila por varios minutos y pagar la ‘simbólica cantidad’ de 15 pesos para poder entrar, 35 si se trae coche, el Yucateco una vez más posará sus sacros pies dentro de las instalaciones de la feria que, por supuesto, conoce de memoria.

Independientemente de con quienes vaya hay paradas obligatorias en la visita del yucateco, por tanto, es imperativo que durante su estancia en el recinto visite (al menos una vez) a las vacas y toros, por su puesto quejándose del olor mientras esquiva magistralmente pilas de excremento, los pollitos (¡por que no hay nada más adorable que pollitos!), el castillo de la Coca Cola (porque jamás en la vida han visto la historia de la cenicienta, tarzán, la sirenita, etc. y además sienten una compulsión irresistible a pagar el cuádruple del precio normal de la citada bebida a cambio de un boleto), los juegos mecánicos (El martillo, la tagada, la «montaña rusa», etc.), el show de los delfines (¡Nunca antes visto!) y el tianguis de ropa (porque afirman ahí se vende más barato…).

Además, algunos yucatecos con mayor poder adquisitivo (y más ‘nacos’ según dicen) acudirán a una serie de presentaciones (conciertos) en el palenque, donde la cartelera normalmente está conformada por artistas olvidados, de poca monta y Alejandra Guzmán.

Para sobrevivir durante su estadía, los visitantes tienen 2 opciones: Verse inmersos en una lucha encarnizada con sus semejantes por ocupar una mesa vacía en las únicas 2 zonas de restaurantes y disputar a golpes, patadas e insultos la atención de alguno de los encargados de los puestos de comida (algo así como el proceso de selección natural donde sólo los más fuertes salen victoriosos) o sobrevivir de charritos y cerveza. La mayoría elige esta última opción, aunque se puede elegir ambas opciones, lo cual generará un ambiente nauseabundo de aroma a cerveza, orines, vómito y sudor que parece ser lo que atrae a los yucatecos todos los años al mismo lugar.

Luego de 3 semanas de invertir todo su dinero en un culto al hedonismo y a baco, la feria cerrará sus puertas hasta la siguiente temporada de migración natural a esta zona protegida del estado de Yucatán.

 

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